Cuadragésimo tercer dia (V 14-V-2010):
to Sannnn Frannnnn-cisco!!! Be sure to wear some flowers in your hair...
Así comenzaba la canción de Scott Mackenzie que me pasé cantando toda la semana. Cuando las cosas no me iban tan bien por aquí, mis padres me aconsejaron que visitara esta ciudad. Ahora no puedo sino agradecerles el consejo. Hacía tiempo que no visitaba un lugar tan vivo.
La previa del viaje tuvo suspense porque Michael, que me dijo que me llevaría al aeropuerto, no aparecía por casa. Normalmente se duerme entre las siete y las ocho y ya iban para las diez y no aparecía. Al principio me preocupé por mi vuelo pero después, viendo que ni contestaba a mis llamadas y mensajes, empecé a pensar que le había pasado algo. Apareció más tarde de las once de la noche, diciéndome que en menos de cuatro horas nos despertábamos :S
Me dejó un poco temprano (en la foto se ve que a pesar de llevar dos horas allí y haberse hecho de día no aparecía nadie por la terminal) en el aeropuerto pero me dio tiempo a charlar un ratito por el Skype con "España", jeje. Aquí es que en todos lados hay wi-fi, y me llevé el ordenador por si tenía ocasión de usarlo en el hotel, como así fue.
Desde que el hermano de mi amiga Monse, mi compañera de Italia, se lo llevó a Oslo y gracias a eso pude volver por Navidad a mi casa, no lo veo como algo tan innecesario al salir de viaje. Aparte que millones de cosas aquí, o las haces por internet, o no las haces, simple y llanamente.
Me despedí y tome mi vuelo de US Airways, con un poco de miedo porque la torpe de la señorita que me tomo el nombre lo hizo de la siguiente manera. Carlos jimenevramila. Y digo torpe porque la reserva la hizo Michael y le deletreó hasta dos veces los apellidos, advirtiendo que en España ponemos los dos. Pero gracias a Dios no hubo ningún problema; es ver el visado de la Mayo y se abren (casi) todas las puertas.
De verdad que prefiero que me miren desnudo por un televisor como dicen que van a hacer, porque el coñazo de los controles de seguridad aquí llega a su máxima expresión. Lo de quitarse los zapatos aquí es la norma y no sabéis el asco que da la moqueta. Además si viajas con un portátil ya puedes casi entrar en la lista de los más buscados por el FBI.
Sesteé todo el viaje. Mejor dicho dormí como un bendito. Pero me dio tiempo a reconocer mi casa desde el cielo. Todo Phoenix es una pura cuadrícula, muy práctico pero superaburrido. Además las calles curvas de las urbanizaciones son un "queo", un engañabobos, porque la urbanización que la contiene siempre es cuadrada.
Al llegar a San Francisco lo primero que me chocó fue la temperatura. ¿Pero esto no es California? Me pregunté. Hacía un frío de aúpa, con mucho viento y bastante húmedo (eso ya es más lógico, claro). Me dirigí al mostrador de información donde una china supergraciosa que hablaba como en las películas, alargando mucho los finales, me aconsejó que no cogiera un taxi, sino una furgoneta de esas que te van haciendo una ruta y dejan a los pasajeros en sus hoteles. Le hice caso a la china, que tenía pinta de "controlar", así que me fui para la furgoneta que menos cobraba y pregunté que si me llevaban.
Me preguntó mi nombre y sucedió una cosa supercuriosa: lo introdujo en una maquinita y me dijo que me esperara. Yo me quede quieto unos minutos y al fin sale el conductor, que había estado todo el tiempo mirándome, preguntando si yo era el "Sr. Yiménes". Afirmé y me metió en la furgoneta. Es decir, la que me tomó nota y el conductor, separados por dos metros, no se hablaban, y yo no podía subir al vehículo hasta que no aparecía mi nombre en el aparato del conductor. ¡UNA GILIPOLLEZ! Como la copa de un pino, a mi modesto entender.
El trayecto se me hizo ameno porque coincidí con unos ginecólogos colombianos residentes en Nueva Jersey, que habían venido para el congreso nacional de ginecología y obstetricia. Iba a estar solo, pero no iba a ser el único "GYN" en San Francisco, todo lo contrario. Estuvimos charlando, cómo no, de las diferencias sanitarias entre los países, pero también de la crisis en España, de cuántos años hay que estudiar en cada país para ser médico, de que en Colombia la vida es bastante complicada en todos los aspectos...
Nos presentamos pero ya no recuerdo sus nombres :(
Me dejan en el hotel. Bueno, ni bien ni mal. No tenían la habitación preparada porque era muy temprano, así que dejé las cosas en consigna y me fui directamente a patearme la ciudad.
A mi siempre me gusta conocer las ciudades a pie el primer día, pero, como la ruta coincidía y aquí es más que obligatorio, me dirigí a Union Square ¡¡¡a montarme en un tranvía!!!
Enseguida comprendí que había sido una elección magnífica, y si no fijaos en las cuestas.
El paseito fue muy bonito. Se notaba que era una ciudad marinera, aunque no se viera el mar, se respiraba.
Tras una cuesta infernal empezó a vislumbrarse tras la bruma que cubría toda la ciudad, lo que parecía el puerto. El tranvía bajó la colina (para mí, monte, mínimo) y nos dejó a escasos metros de éste.
El puerto es la parte más turística, de lejos. Esta llena de tiendas de souvenirs, como el Barrio de Santa Cruz o la calle Alemanas y Hernando Colón. El punto neurálgico es una placita donde hay mil puestos de marisco. Además lo vendían cocinado de todas las maneras posibles. Como los puestos estaban todos regentados por asiáticos y bajo soportales, lo que hacía que estuviera muy oscuro, me recordó un poco a Blade Runner ;)
En todos los puestos ponían más o menos las mismas cosas y cuando me iba a decantar por un "Combo" de "pescaíto" frito, me llamó la atención un puesto gigante-carpa-restaurante situado en el centro de la plaza. Tenía un dibujo gigante de lo que parecía un "donut" y sólo vendían eso y sopa, nada más. Leí un cartel en el que se detallaban las excelencias del plato, su historia y que allí ponían el Best's World Suordough Bread. Me atraparon. No tenía, ni tengo, idea de que quería decir sourdough, ni siquiera sabía qué es lo que llevaba el pan dentro, pero me lancé, ¡qué demonios!
Acerté. Resultó ser un pan (de verdad) enorme y hueco, relleno de una crema espesa de mariscos con almejas y patatas, cebollita y una especia verde que no logré identificar. Además de estar buenísima me sentó genial porque el frío era considerable. Me comí casi todo el pan.
Me dediqué a pasear un rato por el puerto viendo unos barcos muy antiguos que harían las delicias de mi tío Fernando, que por cierto dentro de nada será abuelo, y en un museo de "maquinitas" con verdaderas reliquias en lo que a entretenimiento se refiere. Me encontré con un "fortune-teller" como el de la película BIG, de Tom Hanks, que por lo visto estaban muy extendidos por todas las ferias de este país.
También vi por primer vez Alcatráz, que entre la niebla y con los gritos de las gaviotas en la lejanía, no podía ser más atractiva y amenazadora al mismo tiempo.
Michael me había dicho que lo mejor que podía hacer para ver el puente, era alquilarme una bicicleta y cruzar hasta el pueblo de enfrente, para volverme en ferry desde allí. Mi madre también me dijo que Sausalito, el pueblo en cuestión, parecía muy bonito en un documental que había visto mientras charlábamos uno de estos días, así que dicho y hecho.
Tuve que firmar mil papeles en los que decía que si me "escoñaba" toda responsabilidad era mía y otro para rechazar el llevar casco (estos tíos están todos mal de la cabeza), pero al final me dieron una bicicleta muy apañada, donde me cabía la guía que había comprado en Phoenix perfectamente.
El puente se veía desde el principio, pero resulta que el puente es teeeeeeeeela de grande, así que me dije, ¡Allá vamos! y empecé a pedalear.
Yo imaginaba que al ser todo el camino por la costa de la bahía, la cosa iba a ser facilita, pero nada más empezar me pusieron una cuesta por delante que me hizo volver a saborear toda la crema de marisco, sensación que no se me quitó hasta horas después. Para colmo, el viento en contra que entraba del mar era fortísimo y mi indumentaria no era precisamente para subir el "Mortirolo", así que fui parando cada ratito para hacerme fotos.
En una de esas paradas llame a "España", para contar lo contento que me sentía, necesitaba contarlo y supuse que le alegraría saberme feliz, pero en el lugar concreto de España al que llamaba estaban de feria (una feria que espero perderme por último año), con lo cual el móvil se hallaría dando vueltas y más vueltas en un traje de una gitana muy guapa, así que llame a mis padres que supusé también se alegrarían de escucharme tan "de subidón", como así fue.
Durante el camino, más de una vez la gente me veía un poco triste, en el sentido de que es un poco rollo eso de hacerse las fotos con el disparador automático o con la mano suuuuperestirada (aunque después de este viaje le he cogido el tranquillo) y se ofrecían a hacerme las fotos. Eso me llevo a conocer a una chavala que se había bajado en pijama a la playa (eso sí, con un chaquetón gordísimo) y parecía bastante aburrida y a una extraña pareja, formada por un hombre bastante mayor y una joven. Él fue quién me hizo la foto en este caso, y me dio bastante asquito porque las manos las tenía completamente negras :S
En ambos casos no fueron más que dos minutos de charla, pero no me faltó tiempo para decir que era español y estaba en Phoenix de rotatorio.
Yo no sé qué tendrá eso de estar en el extranjero, que te hace soltar de dónde eres a la primera de cambio. Me pasaba también en Italia, cuando tenía que viajar solo, como por ejemplo cuando fui a Ancona. Supongo que es una mezcla de orgullo por tu tierra, añoranza y también que a nadie le gusta estar solo (y a mi ya sabéis hasta que punto me aterra). Yo concretamente sería eso lo que cambiaría de esta experiencia. Me refiero a los dos meses. He echado en falta gente con la que relacionarme, porque aunque la gente no me crea, soy bastante vergonzoso cuando no conozco a nadie, pero por otro lado creo que el estar tan solo me ha venido bien para conocerme un poquito más.
Bastante perjudicado llegué por fin al puente.
La última subida no se la deseo ni a mi peor enemigo, parecía sacada de al filo de lo imposible más que de una etapa del Giro o del Tour, pero no me bajé de la bicicleta, ¡ahí está el tío!¡Con un par! Fijaos si era jodida que uno que me hizo una foto después de subir me dijo: "Que salga la bici, para que haya pruebas". Terrible.
Al ir en bicicleta tuve que pasear por el lado del puente expuesto al viento, el del Pacífico, que por otra parte no estuvo mal, porque estaba casi vacío, ya que los peatones iban por el contrario; pero debía tener cuidado porque aquí hay muchísimos ciclistas de fin de semana, que me pasaban a una velocidad endiablada (algunos insultando por lo lento que iba). No os penséis que eras de esos que van de La Antilla a Lepe en veranito, no. Eran de los de piernas fibrosas, equipo completo, casco y bicicleta de carretera con mil piñones. Por lo visto aquí se lleva mucho la bicicleta, y no me lo explico, porque la ciudad es infernal para el pedaleo. Es infernal incluso para andar en algunos casos, pero eso lo contaré más adelante.
Tarde un ratito en cruzarlo. No hice muchas fotos porque el viento era terrible ("tendrá que hablar más alto" ;) ) y me daba miedo sacar la cámara. Tampoco escupí ;) Decía que había cámaras vigilando nada mas que eso. ¡Qué tíos!
Pasado el puente me dirigí a Sausalito, que debía quedar al otro lado del puente, dentro de la bahía, cuesta abajo. Pero para llegar allí debía primero subir otro trecho para cruzar la autopista. A estas alturas estaba ya bastante perjudicado. Creo que llevaba como tres horas pedaleando, pero bueno, era temprano, no tenía problemas todavía con el ferry.
Llegué a Sausalito que resultó ser un pueblo muy bonito con una vista de San Francisco alucinante. Se notaba que allí había pasta por todos lados; unas casas espectaculares cayendo por las laderas hacia la bahía, pero con un poco más de gusto que en San Diego, menos ostentosas.
Como todavía quedaban cuatro horas para la salida del ferry decidí intentar llegar a un bosque de secuoyas (con premio) que la chica de las bicis me había dicho que se encontraba a sólo "40 minutos", aunque yo ya andaba escamado porque lo que me dijo que era "un paseillo de hora y media", a mi me había tomado tres. Pero ya que había llegado hasta allí me daba cosa irme sin verlas.
Maldita la hora en que me fie del mapa que me dio. Yo ya estaba reventadísimo cuando caí en un letrero que había en el mapa que rezaba así: "Esto no es un mapa a escala". Me pasaban los niños, los perros, las viejas con sus andadores... y yo creía que me iba a dar algo.
Finalmente llegué, y me alegro muchísimo de haberlo hecho. El sitio es alucinante, y no puedes imaginar que tan cerca (bueno, no tan cerca) haya un sitio tan tranquilo. Parecía sacado de Parque Jurásico o algo así. ¡Qué maravilla de árboles!
Pero mi tranquilidad duró exactamente tres minutos y quince segundos, el tiempo que estuve haciendo un video, porque después me puse a mirar el mapa y se cruzó conmigo un ciclista que pensó que me había perdido y me preguntó que dónde iba. El tipo era bastante mayor, me recordaba al padre de un amigo de mi padre al que llaman "el Peli" por ser pelirrojo, sólo que con unos gemelos que parecían sacados de un congelador por el aspecto de barras de hielo. Cuando se enteró que pensaba volver en ferry desde Sausalito o Tiburón (aún no lo tenía decidido) se escandalizó y me dijo que cómo estaba yo allí todavía, que iba a perder el ferry.
Me acojoné.
Yo había mirado los horarios en Sausalito y me quedaban todavía dos horas y media, pero dudé al ver al tipo tan exaltado y la verdad no había contado lo que tardé en venir desde allí. Eso, y el hecho de que me percaté de que llevaba hechos ¡veinticinco kilómetros! ya a esas alturas y me podía dar una pájara en cualquier momento, hicieron que siguiera al tipo que se ofreció a acompañarme hasta dejarme sobre el camino correcto. Bueno tampoco hubiera podido hacer otra cosa porque más que un ofrecimiento fue una exhortación, ¡cómo para decirle que no!
No hizo más que repetir durante todo el camino que podía sentirme afortunado de haberlo encontrado, a lo que yo no respondía nada, porque el ritmo del viejo era endiablado, y sólo podía recortar la distancia de quince metros que me sacaba en los cruces.
Le di las gracias y al final llegué con una hora de adelanto al embarcadero. Pero pensándolo fríamente, menos mal, porque yo hubiera seguido hasta Tiburón, el otro pueblo, y hubiera perdido el último ferry a cuarenta y cinco kilómetros por carretera :S
Para hacer tiempo y porque no podía más, entré como un poseso en una heladería, y le pedí al encargado el batido más grande de chocolate que tuviera. Ni miré los demás sabores. Los dos que atendían eran latinos y hablaban español perfectamente pero me preguntaron cómo se decían cosas como nata montada. También les dije que a lo que yo llamo pajita, mejor le llamaran caña o cañita. Esto lo entendieron perfectamente.
Así que tras ¡casi treinta y cinco kilómetros! me tomé un batido gigante de chocolate con nata montada al atardecer viendo cambiar los colores de las aguas de la bahía de San Francisco esperando el ferry.
El paseo en ferry "muy fresquito", coincidió con la puesta de sol y fue alucinante. Pero después de eso me costó la misma vida volver a subirme en la bicicleta para llegar al sitio dónde debía devolverla. Digamos que la parte baja de mi espalda estaba un poco "perjudicada" :S
De camino al garaje pasé por un lugar del puerto dónde había un montón de leones marinos y pude leer que los tenían allí para protejerlos. No sé de qué pero seguro que no de los muchísimos gilipollas que se dedicaban a imitar sus ruidos cuando los pobre estaban ya a punto de dormirse. Y lo peor es que no eran sólo unos chavalitos salidos del "high school", sino hombres hechos y derechos con sus señoras del brazo.
Me volví después otra vez en tranvía, tras esperar una cola bastante larga pero amenizada por un artista callejera que nos deleito con temas, por ejemplo, de Jonhy Cash. Esta vez fui agarrado en la barra, por fuera, como en las "pelis", cosa que no había podido hacer por la mañana.
En el hotel descubrí que la habitación no estaba muy mal, aunque el baño escasito, pero la cama supergrande, cosa que iba a necesitar. Me di una ducha rápida y salí a buscar un restaurante en el que había reservado por recomendación de Magriñá. Me perdí y tuve que coger un taxi a pesar de estar en la calle paralela a la mía. Parece inexplicable pero el taxista también tuvo que bajarse un momento a preguntar por el sitio, y es que era uno de esos sitios "cool", en este caso tan oscuro que no se veía al pasear por la calle.
Estuve conversando un rato con la "maitre", una mejicana criada en Sudamérica (Méjico es Norte América, no centro ni sur). Siete de los ocho que trabajaban en el bar eran hispanos. Me trataron genial. Me comí un "club", que por fin me he enterado que es un sandwich de dos pisos o más, de langosta ahumada con cebolla, tomate, rúcula y una salsa que estaba para tocarle las palmas, acompañado de patatas chips salpimentadas. El mejor sandwich que me he tomado en mi vida. Sin contar los de mi madre, claro.
El paseo por la noche hasta el hotel lo hice con una sonrisa de oreja a oreja.
Me dormí después de veintidos horas despierto.
Cuadragésimo cuarto día (S 15-V-2010):
Dormí como un bendito. Me desperté con menos dolores de los esperados después de la "etapa" del día anterior.
Hablé con "España" antes de salir y constaté lo que ayer era una suposición, que el móvil al que llamé se encontraba en el bolsillo de la gitana más guapa de Carmona. Además conocí "al sobrino", sin artículo posesivo, porque ya no sé cual ponerle :D
El día de turismo en sí no empezó muy bien. Quería ganar tiempo y en vez de coger un tranvía opté por un autobús, con el único problema de que, yendo yo pensando en mis cosas, lo hice en la dirección contraria, y menos mal que me lo dijeron unas chicas que iban de despedida de soltera a ver un partido de playoff de béisbol. Como os lo cuento, es como si allí lo celebran yendo al Betis. También me chocó que el partido fuera por la mañana, pero no tanto, claro está. Me bajé del autobús pero resultó que no era una de esas líneas que van y vienen por la misma calle. Tuve que ponerme a buscar la parada de vuelta en lo que después me enteré que era la ÚNICA zona peligrosa de la ciudad.
Cuando encontré la parada de vuelta, resultó ser el mismo autobús que había cogido de ida, y el chino que lo conducía se quedo con más cara de extrañado al verme subir otra vez de la que ya tenía de por si.
Finalmente llegué al otro extremo de la línea y tras una buena caminata llegué a donde se vendían las entradas para Alcatraz. Vendieron la última entrada del día dos personas por delante mía. Definitivamente el día no iba marchando muy bien.
Era casi la una y no había desayunado todavía, así que entré en la cafetería del puerto de los ferrys y me tomé un pedazo de donut riquísimo. Compré algunas postales para enviar y me compré otro donut antes de irme.
Cogí un taxi que me llevó a la otra punta de la ciudad. Me salió por una pasta porque todo el mundo dice que San Francisco es una ciudad para andarla pero la parte estrecha vienen a ser unos doce kilómetros. El taxista me explicó durante el trayecto que veíamos muchas niñas con bolsas porque todas iban a la playa. ¿Para? TO GET DRUNK. Vaya, qué cosas.
Después me contó que al día siguiente era un día especial, pero no me enteré muy bien de por qué.
Entré en el Legion of Honor Museum, llamado así por la Legión de Honor de París. Lo más importante del museo son los cuadros impresionistas, que fue lo que me llevó hasta allí, porque para los que no lo sepáis creo que es el estilo que más me gusta. Había cuadros de Renoir, Seurat, Monet... y también tenían tenían, de otros estilos, un Picasso, un Rubens... y, se me olvidaba y creo que eso en realidad es lo más importante, una ingente cantidad de esculturas de Rodin.
Me apenó mucho que la semana que viene comenzara una exposición llamada "París, Ciudad de la Luz", porque prometía, aunque en realidad eran cuadros del museo de Orsay, que ya lo he visto dos veces. Del resto del museo destacar un ¡techo! mudéjar de un palacio español. Y sobre todo este cuadro, que me emocionó mucho. Creo que no hace falta decir qué es lo que sale.
El museo está en lo que llaman el Land's End, una colina donde pegaba el frío de una manera increíble, así que decidí que ya me acercaría a los acantilados en otra visita y tomé un autobús que bajaba a la playa.
Paseé un ratito y toque el mar. Si en San Diego fue imposible bañarse aquí hubiera sido una tarea titánica.
Había gente paseando y gente "getting drunk" como me había asegurado el taxista, pero nada parecido al Carranza, ni por asomo.
Me había llegado un correo durante la semana de mi amigo Manolo diciéndome que se estaba comiendo un "hamburguela" mirando al Pacífico, allá por Lima, y yo decidí que no íba a ser menos, para lo cual me acerqué hasta el que decía la guía era uno de los mejores sitios de la ciudad para comer "hamburguelas", y el mejor para hacerlo con una buena vista. Y tenía razón. El sitio espectacular con las olas rompiendo a lo lejos en los acantilados del Land's End, el mar a escasos cien metros y el local en la planta baja todo lleno de unos murales muy bonitos. La camarera además me dio palique un rato y me indicó dónde comprar más gotas para mis maltrechos ojos (que aquí no hay humedad pero sí viento) y las cosas más interesantes que tenía que ver del parque, pues nos hallábamos en uno de los extremos del parque más importante de la ciudad, en el que da al mar.
Pasé de ver unos verdaderos búfalos americanos porque no entendía si eran de verdad o no, la guía no lo explicaba en un inglés suficientemente claro para mí. Sigo sin saber si están allí en el parque verdaderamente.
Me bajé a la altura de la parte central del parque y me dirigí al Museo Young. No quería verlo pero con la entrada del otro museo se pagaba la de éste y nunca se sabe lo que puedes encontrarte, pero estaba cerrado. También estaba cerrado el Museo de Ciencias Naturales, que por lo visto es de los más importantes de EEUU, pero no el Jardín Japonés, que es lo que verdaderamente quería yo ver.
Un sitio verdaderamente mágico, donde no se escuchaba ni un ruido. Lástima que no llegara más temprano porque si no el té que me tomé en la tetería situada en el medio del jardín, que parecía sacada del mismo País del Sol Naciente, kimonos incluidos, hubiera sido en tacita de porcelana y acompañado de pastelillos, y no como al final lo tomé, en un recipiente de esos del Starbuck's. Pero a mí me supo genial qué queréis que os diga.
Después me metí en el jardín de Shakespeare, donde me puse un poco triste porque vi una pequeña ardilla con una pata rota, arrastrando la cabeza contra el suelo para comer :( y otra acompañándola cerca, como no queriéndola dejar sola.
El jardín no era tan bonito como el japonés, pero además de que era gratis, su curiosidad radicaba en que decían que allí estaban plantadas las más de 150 especies vegetales que son nombradas en todas la obras del famoso autor ;)
Seguí paseando y una señora mayor que hacía skate con su perro tuerto (sí, era mayor, sí hacía skate y sí el perro estaba tuerto cuando lo recogieron en un refugio según me contó, y a punto de estar muerto estuvo mientras hablábamos porque encendieron los aspersores del parque en ese momento y huyó hacia la carretera) al verme con una guía en la mano se paró y me preguntó que si al día siguiente estaría en la ciudad. Sólo por la mañana, le contesté. "Perfecto" me soltó, y después me explicó a lo que antes se había referido el taxista. Por lo visto al día siguiente era la carrera anual en la que la gente de aquí se desmelena, más si cabe, y todos se disfrazan para dicho evento, excepto los que simplemente, no llevan nada. Ahora que lo decía alguna vez había visto eso en un telediario, que no sé porque mi mente imaginaba como de Antena 3 y presentado por Matías Prats hijo. Así que había tenido hasta suerte.
Mis pasos me llevaron hasta el jardín botánico, donde descubrí porque aquí abren los museos los viernes hasta muy tarde, pero no los sábados, y es que los tíos montan unas juergas privadas de aúpa dentro de ellos. En el de ciencias naturales también estaban preparando lo que ahora suponía otra fiesta cuando pasé. Se veía "supercool" tras los cristales.
Salí por fin del parque y entré en la parte hippie de la ciudad.
Paseé un buen rato por la calle más famosa, dónde surgió el "Flower Power". Aquí fue el primer lugar donde encontré diferencias negativas de la ciudad con respecto a Phoenix. En Phoenix no he visto todavía ni un pobre pidiendo (tampoco hay dónde pedir) y aquí aparte de indigentes había mucho "pasao" tirado bajo los puente, en los jardines... muy triste, la verdad. La típica gente que ves que está destrozada por la droga. En fin, que no os voy a contar más cosas tristes.
Me compré una chapita muy chula de la intersección más famosa de la calle, dónde empezaron cierto día a reunirse los hippies no recuerdo ahora por qué motivo.
Proseguí mi andadura y tras pasar por una plaza elevada (-ísima) llena de perros muy bonitos llegué al Japan Center, el centro neurálgico de la comunidad japonesa de la ciudad. Recalcar que es una de las tres "Japan Town" que quedan en EEUU, y la más grande de ellas, porque como comprenderéis en la Segunda Guerra Mundial, tuvieron ciertos "problemillas".
Me entretuve viendo un local donde hacían ikebana, el "arte floral", y una tienda de discos con pósters de los cantantes japoneses del momento. Se suponía que los discos eran actuales pero las fotos de los cantantes parecían sacadas de un álbum setentero de Diango.
Por supuesto todo lleno de restaurantes de comida japonesa.
Volví al hotel destrozado y después de una ducha me encaminé hacia un restaurante portugués que me recomendaron. Como no me gustó nada no voy a gastar más tiempo escribiendo sobre eso.
De vuelta al hotel decidí darme un paseito para bajar a comida y casi la bajo hasta los pies.
Subí arriba de Nob Hill, el barrio pijo de aquí, bajé y volví a subir por Chinatown, que de noche no es muy recomendable, pero como no sabía si iba a tener tiempo al día siguiente con lo de la carrera...
Volví al hotel y me quedé frito en un plis.
Cuadragésimo quinto día (D 16-V-2010):
Me levanté muy temprano, antes de que sonara el despertador, supongo que por los nervios. Me duché y me vestí corriendo e intenté hablar con España pero no hubo suerte. Hice el "check out" y me fui tomando unos donuts con un chocolate, que me tiré encima, de camino a la carrera. Esta vez no me equivoqué porque pregunté a una chica que iba "vestida-disfrazada" de corredora que para dónde debía tirar. "Dooooooooooooooown!" me respondió con un típico acento americano. Le faltó decirme "little booooy", así que yo seguí sus indicaciones y llegué sin problemas. Esto fue lo que me encontré: