martes, 4 de mayo de 2010

Al médico

Trigésimo tercer día (M 4-5-2010):
Hoy la cirugía no me interesa mucho porque es de urología y me dedico a repasar una lista que me ha pasado Magriñá para que se la actualice. Se trata de ver las personas que se han muerto después de operarse de cáncer de ovario, y si no se han muerto, saber si están curadas o no. Es más fácil si están muertas porque sólo hay que poner la fecha de la muerte pero la curva de supervivencia de esta gente es brutal así que me lleva un buen rato. Acabando la primera página me llama Magriñá y me dice que la cita es en la clínica a última hora de la mañana, pero que antes hable con la secretaria que me informará mejor.
Ya estoy mucho más tranquilo.
La secretaria lo primero que me dice es que tengo que pagar 650$. ¡Joder! Así usan las cosas que usan. Pues mira me da igual, pago lo que sea. Me encuentro fatal. Llamo al seguro y me dicen que en principio no habrá problema. Recojo mis cosas y salgo para la clínica, tras ser advertido por T'nita, la secretaria, de dónde están los radares en el camino.
T'nita, que me suena super musical, es una señora de color (negro) supereficiente, como Marta. Yo creo que aquí no contratan a nadie que no sea el mejor.
Recuerdo que la clínica es otra cosa completamente diferente del hospital, y está a media hora por autopista.
Llego con tres cuartos de hora de anticipación porque me han dicho que tengo que rellenar mil papeles. No se han quedado cortos. Miran y remiran mis papeles del seguro. Tengo que rellenar papeles donde se me pregunta hasta por mi religión. Paso por tres ventanillas y dos despachos. Eso sí, el trato más exquisito que podáis imaginar.
Por fin me llaman y me llevan a una sala con un montón de lucecitas en la puerta. Son un código para saber quién está dentro, y si está con un paciente o no. Una enfermera me gradúa y me hace una pequeña historia clínica. Me dice que veo realmente mal, sobre todo cuando le digo que antes de venir a España, Antonio Javier, un amigo le digo a ella, me graduó y veía muy bien. Me preocupo más.
Me dice que espere a que llegue el médico. Durante esos diez minutos me pongo a ver la anatomía del ojo en uno de esos paneles que suele haber en todas las consultas, no sé si para embobar a los pacientes o para ayudarnos a nosotros. Más bien las dos cosas.
Entra un hombre con gafas (mal empezamos) alto y espigado que se presenta como el Dr Graham. Le pido que hable un poco más despacio y empiezo a entenderlo. Me hace mil pruebas y le cuento desde el principio lo que me pasa. Me da un poco de vergüenza porque le digo "empezaré por el principio" como me hacen las pacientes de urgencias, pero esto es una consulta reglada, y bien carita. Me hace un millón de pruebas y me va tranquilizando diciéndome que no ve nada grave. Al final del todo me dice que me va a mirar el interior del ojo. Bueno, lo que haga falta.

Concluye en que lo único que tengo es un ojo seco como hacía tiempo que no veía. Antonio Javier ya me había dicho que no cerraba bien el ojo y que eso podía ser la causa de que me moleste conducir de noche pero aquí, con el 0% de humedad que hay siempre, eso me ha hecho llegar a esta situación.
Me dice que coma pescado y ponga un humidificador en casa. Que no use ventilador (a buenas horas) y que use lágrimas cada 2 horas. Me da unas muestras de lágrimas y de un gel, para por las noches. Me hace el favor de dictar un informe (aquí los médicos dictan las notas por teléfono, otro lujo) para mi seguro y me dice que no me preocupe, que si sólo me queda un mes aquí que no pasa nada, que si no me hubiera propuesto otras opciones.
Al llegar a España tengo que preguntar cuáles son esas opciones.
Me voy tranquilo a casa con mucho cuidadito porque mirad cómo me dejaron el ojo para mirármelo por dentro.
Por lo menos ya puedo decir que soy PACIENTE DE LA CLÍNICA MAYO.

1 comentario:

Juan Carlos dijo...

Que te mejores Carlitos!!! Cuámdo vuelves? Estarás para la despedida de residentes? un fuerte abrazo.