martes, 18 de mayo de 2010

La parca

Un día como otro cualquiera:
Vaya título para una entrada pensaréis, y es cierto. Iba a escribir sobre mi maravilloso viaje a San Francisco, pero lo dejará para mañana que no tengo que ir al hospital, pues no hay cirugía.
Hoy he acabado reventado de tanto quirófano. Hemos salido a las seis de la tarde.
Como supondréis he tenido tiempo de pensar en muchas cosas hoy y en una de las intervenciones me ha venido a la mente el tema de esta entrada tan "rara" para un blog como éste, que no es otra cosa que un "cuaderno de bitácora" sin más, como dije el primer día.

Todo viene a colación de un correo que recibí de la SEGO (Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia) hace unos días. En él aparecía una necrológica firmada por Jose Mª Bajo Arenas, el presidente, referente a un buen amigo, "erre" mayor suyo y por tanto compañero de trabajo desde hace mucho tiempo. Lo aquejaba una "penosa enfermedad", como ahora todo el mundo llama al cáncer, y relataba el profesor Bajo cómo se despidió de él unas dos semanas antes de morir. Fue una velada íntima, cenando en la terraza de la casa de la sierra de su amigo, dejando caer la tarde hasta llegar a bien entrada la noche, respirando aire fresco, y recordando momentos compartidos, buenos y no tan buenos, como si no sucediera nada. El relato era sumamente descriptivo y uno podía sentirse casi partícipe de éste. Se podía imaginar la atmósfera cálida de ese último encuentro que llegó a su punto álgido en un abrazo y pocas palabras que decían mucho, todo lo que quedó por decir.

Esto me hizo reflexionar y preguntarme: ¿Quién querría yo que me acompañara en un momento como ese? ¿De quién querría yo despedirme? Y más importante: ¿Querrían éstas personas despedirse de mí?


"Ha habido etapas de mi vida en que la muerte ha estado en mi cabeza día sí, día también", me comento alguien muy querido hace poco. Me lo dijo como un secreto así que no diré quién es, pero si puedo desvelar lo que yo le contesté. "A mí también me ha pasado". Se quedó un poco extrañado. Pero yo opino todo lo contrario.

No me refiero a pensamientos del tipo ¿que sucedería si yo muriera? o cosas así, que creo que todos los hemos tenido en algún momento, sobre todo durante la adolescencia (a estudios estadísticos me remito), sino a un tipo de pensamiento latente, acechante, que está como aletargado durante el día, para asaltarte justo antes de dormir, cuando la noche está más oscura y negra que nunca. ¿Y si no me despierto nunca más?, ¿y si no hay mañana?

Creo recordar dos etapas de mi vida en las que mil y una noches se vieron enturbiadas con pensamientos de esa índole, pero no recuerdo qué los provocaba, no recuerdo siquiera si había un motivo que no fuera el miedo a morir. Son reflexiones que me llevan a otras preguntas.

Perdonadme las divagaciones pero intentaré sacar algo en claro de todo esto al final.

¿Quién no tiene miedo a morir?, ¿Quién rechazaría siquiera un día más en este mundo? Me cuesta entender cómo alguien puede llegar a quitarse la vida. Así como envidio a aquéllos dispuestos a dar su vida por un ideal.

El Honor, la Libertad, la Justicia, la Verdad, con mayúsculas. ¿Cuánta gente no habrá muerto por ellos? Me veo capaz de llegar muy lejos, incluso de entregar mi vida, si es por salvar a alguien muy querido. Pero por un valor, una creencia. No lo creo. ¿Cobarde? Creo que sí. Tengo miedo a morir.

Pero ahora es diferente, no sé si las otras veces fue el mismo motivo lo que causó esas noches de desasosiego, pero a lo mejor hacerse mayor tiene estas cosas. O a lo mejor es simplemente que tengo más tiempo de pensar. Pero no creo porque llevo un tiempo dándole vueltas a esto.
Creo que la diferencia ahora es precisamente el envejecer.

"Tempus fugit". Antes lo veía como un miedo irracional que dormitaba bajo mi cama y jugaba conmigo cada noche, "no quiero morir porque no". Ahora es un miedo al paso del tiempo, a que éste no sea suficiente para cumplir tus proyectos, para llevar a cabo lo que un día pensaste, para cambiar lo que un día te propusiste cambiar, para llegar a ser quién un día decidiste querer ser, para disfrutar de las personas que te quieren, para hacerles saber cuánto los quieres, para dejar huella y ser recordado, para vivir lo que merece ser vivido.

Quizá el ejemplo que yo tengo haga más difícil todo eso: mis padres con mi edad ya tenían dos niños en el mundo, eran y son felices hasta lo que yo sé ;) y han encontrado el uno en el otro alguien que les llena, les apoya y les comprende.

Mi amigo Manolo me dijo una vez algo que nunca se me ha olvidado: "Nos pasamos toda la juventud intentando ser diferentes a nuestros padres, y todos acabamos queriendo ser como ellos". Le respondí y lo reitero desde aquí que no era mi caso. Yo quiero la vida de mis padres, la que yo conozco, desde el principio. Una vida que merece ser vivida.

Pero una vida propia, la mía. Que me ha llevado a conocer gentes y lugares muy diferentes con tan solo veintisiete años. Que me ha traído hasta el Nuevo Mundo, pasándo por la cuna de una de las civilizaciones más antiguas; desde el frío de Noruega hasta el calor de Los Caños, de mirar el la hora en mi cuarto sacando la cabeza por la ventana para verla en la fachada del Palazzo Vecchio a no saber ni qué día era perdido en medio del desierto con la única sombra de un cactus. Con amigos que hablan italiano, inglés, francés... gallego, valenciá, catalá, madrileño, andaluz...con amigos que se enorgullezcan de serlo y de los que yo pueda sentir lo mismo.

Ya sé que los tiempos han cambiado, que en España ahora es todo mucho más tarde, pero no puedo dejar de pensar que me queda poco tiempo. "Toda una vida", me diríais muchos. "Lo que yo quiero vivir da para mucho más que una vida" les respondo.

Los que no me conozcan, o me conozcan sólo un poco podréis pensar que estoy un poco loco, pero es que no consigo escribir bien lo que me viene a la mente, son muchas sensaciones y todas a la vez , casi inconexas, pero todas con la muerte al final, como todo final. Además alguna que otra lágrima cae sobre el teclado haciendo todo esto más difícil todavía.

Con respecto a mi despedida, yo lo más probable es que hiciera un fiestón increíble. De disfraces, por supuesto. Y seguramente de romanos, que ya me hace hasta ilusión lo de Pilatos. Con toda la gente del colegio, amigos del barrio, de toda la vida, de siempre.

Pero me imagino tranquilamente tomando un batido de Rayas en la azotea de mi casa, viendo cómo se pone el sol sobre las espadañas del barrio y son pocas las personas que aparecen en mi imaginación, todas intentando quitarle hierro al asunto, como en el relato del profesor, recordando viejos momentos, viajes, borracheras, trapos sucios, despidiéndose poco a poco hasta quedar sólo mi hermano y Manolo para decirme las cosas claras, como siempre. Ellos me harían ver las cosas más nítidamente, y entonces sabría que habría valido la pena.

¡Qué triste! me diréis, pero no es así. Es un miedo precioso el que me embarga, aunque miedo al fin y al cabo. Miedo a no llenar mi vida y no llenar la vida de quien quiero, pero con el firme propósito de intentarlo hasta que no quede más aliento.

Y ése es el miedo que me da. Se acerca el tiempo en quiero que mi vida de el cambio definitivo, pero ¿hay que esperar a una señal? ¿cómo es? Creo que no hace falta ninguna señal. Que el miedo a lo desconocido, al fracaso, a equivocarse, nunca desaparecerá.
Lo que hace falta son personas que aparezcan en tu imaginación cuando crees que te despides.
Y yo las tengo.

3 comentarios:

Álvaro Cuñado dijo...

Killo... vete al carajo!!!!

Juan Carlos dijo...

te comprendo a la perfección. Yo sentía esas ansias de aprovechar el tiempo y ese miedo a que pasaran los años. Sobretodo en el previo a la residencia. Se me ha ido pasando con el tiempo. Ahora tengo menos miedo a la muerte.

Manuel G. Relaño dijo...

Iba a poner lo mismo que Alvaro...pero realmente la entrada es enorme, y no de tamanho.

Relacionado con el titulo, te recomiendo que veas Lost, enterita, desde el primer capitulo hasta el ultimo.